A veces llega un momento en que te cansas, en que ya no sientes nada. Pasas de sentir incluso una pestaña sobre tu mejilla, a no querer, a no distinguir ya lo bueno de lo malo, a no pararte a pensar si lo estás haciendo bien.
Vivimos rápido, es cierto, somos como relojes programados para hacerlo todo sin llegar a hacer nada por lo que merezca la pena recordarnos. Nos olvidamos de lo que importa de verdad. Y para compensarlo, escribimos canciones, libros o decimos frases geniales, como intentando que alguien se acuerde de nosotros cuando ya no estemos.
Quizá ella tiene razón y lo mejor para no terminar nada sea que no haya nada empezado. Pero así no vives, y hace tiempo aprendí que hay que ser valiente. Que hay mucho que perder, y mucho en juego.
No creo que esa frase sea verdad: "si arriesgas, ganas". Claro que no, pero al menos si arriesgas tienes la oportunidad de ganar. Y las oportunidades en esta vida son tan escasas e imprescindibles como los abrazos que se piden sin necesidad de palabras
No podía dormir y empezó a dar vueltas en la cama: "¡Maldita la tercera persona del singular!". Eran las dos y veinticinco minutos. Todo estaba callado, sólo un golpeteo monótono de gotas (quizá lágrimas) tras los cristales empañados por el frío de aquella noche de invierno.
Era muy tarde, no porque fuese a dormir pocas horas, éso a quien podría importarle (ahora recordó a unas cuantas personas a las que sí les importaría que todavía estuviese despierta). Era tarde, hablando, por qué no, metáforicamente. Tarde para pensar en lo que pudo haber sido. Tarde para imaginar lo que ya nunca sería .
Ella estaba cansada, no físicamente. Estaba cansada de tener que ocultar el nombre de él tras iniciales insípidas. Harta de los domingos, de las mantas que no calientan, de los días de frío en el colegio y de la calefacción estropeada.
Todos los tópicos la sacudían de golpe, que sin él no sabía vivir, que mejor sola que mal acompañada; y los refranes le parecían, ahora, más estúpidos que nunca. Sabía que los silencios con una línea telefónica de por medio se agravaban cuando ésta desaparecía. Tenía miedo de escapar cuando debiese ser valiente.
Desde que era una niña había temido al destino, que no al futuro y tenía un pánico indefinido (sí, sí, como los adverbios) a los martes día trece. Siempre que estas dos palabras llegaban, de manera inminente, se escondía bajo las sábanas (como cuando somos pequeños y tenemos miedo de ese monstruo comeniños que vive al otro lado del armario). Metía el termómetro en su colacao y fingía que estaba enferma.
Y ahora lo pienso, y cuando la recuerdo me doy cuenta de su secreto. Sólo era una niña más, con miedo, un poco perdida, anestesiada por el pánico de encontrarse a sí misma en un mundo en que nadie es tan valiente como para afrontar sus propias verdades.
De qué pasó después, de cómo terminó todo, sólo sé que el monstruo comeniños (el que vivía al otro lado de su armario) se la comió de un bocado mientras ella repetía, una y otra vez: "¡Maldita la tercera persona del singular!".
Parece que hasta el final estuvo pensando en el miedo (o quizá con él, no se refería a éso).
Caminaba y sus pasos fuertes y cansados, sonaban como una de esas antiguas máquinas de escribir que marcan a cada letra un compás sin melodía, sin capacidad de emocionar(te). La mueca en su cara, que aspiraba inútilmente a ser sonrisa, instigaba un dolor como aquél que parece inminente y deja de serlo con el paso de los días. Todo el peso de su vida, de su rutina, de sus miedos, se agolpaba en su costado impidiéndole levantarse cada vez que tropezaba con una de las piedras de aquel camino.
Comenzó a arrastrar los pies de un modo molesto, tal y como hacen los niños pequeños. A menudo estrañaba enormemente esos momentos efímeros; instantes que llegan pensando en la hora en que deberán marcharse; latidos acompañados de bandas sonoras frágiles, lejanas, que tarareas de manera inconsciente mientras tus pasos continúan avanzando a un lado de la solitaria carretera.
Noviembre, con sus nueve letras y sus tardes frías, entró en mi vida haciéndome cosquillas, fabricando sonrisas, recordándome cada día como son tus miradas y dándome sorpresas que ningún otro mes puede darme.
Como en aquella película, quiero que seas mi Noviembre para poder recordar este mes como el más dulce, compartir sonrisas y abrigo, y después, quién sabe
Noviembre, saltar, ellas. Nuestras sonrisas, corazones dulces entre el naranja de los árboles de otoño y el cuaderno de Amanda de palabras bonitas. Algunas palabras se quedan calladas al escuchar vuestras carcajadas. Senderos de enanitos. Las estrellas y los planetas que aterrizan en sus manos. Turnedo y gritar cada palabra como haciendo que cantamos. Escapar de algo que nosotras mismas inventamos. Compartir galletas. Y sonrisas. Compartirnos. Love me do y bailar sobre las piedras. Love me do y me acuerdo de por qué estoy allí. Nos acordamos de qué hacemos allí. Love. Love me do. You know I love you
Escríbeme una carta, amigo. Dejemos a las tristezas morirse de risa y recordemos los momentos que siempre vivirán en nuestras cabezas siamesas. Dormiremos juntos, muy juntos, tanto, que al despertar, ya siameses, ya sólo uno, habrá únicamente un corazón que lata por los dos.
Y espero que cuando yo sonría, tú también lo hagas, y que cuando estemos tristes nos animemos el uno al otro que no hay mejor alimento para mis sonrisas que las tuyas, que no hay mayor felicidad para mis ojos que tus sonrisas.
Sonríe, mi pequeño pianista, que somos muchos los que esperamos esa alegría viniendo a nosotros desde tus labios y (aunque pocos lo han descubierto) desde lo más profundo de tu colorado, enorme, y envidiable, corazón(L)
Las puertas de su casa separan nuestras fantasías y los azulejos tienen colores que ella inventa cuando sonríe.~
En la cocina guarda tarritos con sueños y palabras dulces, y siempre que me da un beso se paran, muy poco a poco, los latidos del infinito.
Éllos nos enseñaron a no mentir, a cruzar en verde, a no gritar por la calle. Convirtieron nuestros sueños en asuntos secundarios, y nos hicieron mentirosos, y nos hicieron cobardes. Volvieron contra nosotros nuestras propias palabras. Es como cuando quieres algo con tanta fuerza que acabas teniéndolo, y te da miedo. Es como tiritar de frío en pleno agosto.
De sus manos todo parecía fácil, como si la vida fuese sencilla, como si nadie fuese a hacerte daño. Te convencían de que llegarías muy lejos, "eres especial" decían; y tú, tan ingenuo como siempre fuiste, te lo creías. Conocían los secretos del mundo y sin embargo te engañaban como si fueses estúpido, te robaban la nariz o hacían desaparecer una moneda de un duro. Y tú no entendías, y pensabas que en el mundo había algo que lo llenaba todo, que ni olía, ni sonaba, ni se veía: éllos lo llamaban magia. Mientras tanto éllos sabían que no, que no había nada, que todo era tan malo como pensábamos y gritábamos cuando alguien nos daba un susto, o cuando perdíamos nuestro muñeco favorito.
Llegaba, sin embargo, un momento en que te cansabas de creerte sus mentiras y entonces, cuando te rebelabas, cuando volvías a darte cuenta de lo absurdo de confíar en la magia, te gritaban "a tu habitación, a pensar"; y tú, como siempre, les hacías caso.
Sueños que viajan a través de cristales de colores
y la necesidad de una lámpara de los deseos.
De esas con un genio que cumple cualquier cosa.
Las mil y una noches en sólo una noche
y el sabor dulce de aquellos cuentos que me contabas
siempre antes de ir a dormir~
Las noches son eternas, a veces.
Los días se parecen cada vez más al otoño.
Y yo sigo escondida, aquí, entre tus sueños
esperando ser algún día uno de esos deseos.
Las estrellas cayeron del cielo y volaron
millones de años luz a través de los planetas.
Cada una de ellas aterrizó en uno
de los lugares más bonitos de la Tierra,
y hoy al despertarte,
entre tu pelo y enredada entre tus sueños,
encontramos a aquella que sin quererlo, se separó
de las demás y terminó pasando la noche en
el sitio más bonito del mundo
Llevo días (y noches) buscando un botoncito
en ese pequeño colorado de mi mitad izquierda.
En las instrucciones dice que en el bontón pone ÉL
y que se distingue facilmente de los demás botones
porque es de un azul hiriente, doloroso.
Yo ya no sé si creérmelo, llevo horas buscándolo
y todavía no vi nada azul, ni siquiera nada muy muy pequeñito.
Es que hay tanto rojo.
Tengo el corazón tan colorado...
Vuelvo a leer las instrucciones, y, de nuevo,
leo lo mismo de siempre, debajo, en letras mayúsculas:
"CUIDADO: No abuse de este botoncito color cielo, sino,
asustado, terminará escondiéndose de su dueña.
Existe un número de atención personalizada a disposición del cliente.
Encontrarán servicios de reparación en todos los puntos de venta.

- ¿Qué pasará si pruebo a abrir mi cajita de música?
Ella no la escuchaba, se balanceaba tan alto y tan rápido en su columpio
que el viento la alejaba del mundo.
Era como cuando pruebas a darle al botón de silencio en un mando
a distancia. De repente se apaga todo, nada tiene sentido, todo lo que antes
valía la pena desaparece entre millones de sonidos que ni siquiera existen.
No la escuchaba, pero tampoco hacía falta, con solo una palabra, un gesto, una
sonrisa o quizá una mueca que fingiese serlo, podía saber lo que realmente pensaba,
como se sentía o con qué pie se había levantado esa mañana.
Y conforme a lo que descubría, su comportamiento hacia la niña
de la cajita de música cambiaba por completo, sabía lo que necesitaba oír y
cuando debía dejar hablar al silencio.
Sólo hacía dos días que se conocían pero ella ya tenía la sensación de
conocerla desde mucho antes. Quizá hayamos coincidido en otra de nuestras vidas o
tal vez me haya hundido ya en su mirada un frío día de invierno.
Frío, como cuando viajas en un coche y se empañan los cristales, frío como
las cartas en otoño, frío como la nieve derritiéndose poco a poco, frío, frío.
A cada paso que daba se hundía más en las hojas. Hacía frío. Los pájaros esperaban sentados en el tendido eléctrico. Era otoño. Esperaba desesperadamente durante todo el año a que llegase y cuando por fin lo tenía recordaba lo mucho que lo detestaba. Era melancólico y triste, los días sucumbían a las metáforas y cada noche volvían a su cabeza todas las imágenes de su vida. Todas las fotografías que había sacado con aquella vieja cámara, todas las tardes que se habían vuelto noches. Odiaba que los días fuesen tan cortos y detestaba, por encima de cualquier otra cosa, las nubes que parecía que nunca escaparían.
Pensaba tantas veces en ésto que a menudo olvidaba lo mucho que le gustaban los cucuruchos de castañas y el olor con que impregnaban las calles en las noches frías. Adoraba las tardes encerrada en casa sin ningún otro motivo que la lluvia, mirando a través de su ventana cómo caían las gotas y sintiendo esa profunda tristeza al saber que, al fin y al cabo, el otoño no era la causa de su tristeza, aunque cada octubre se empeñase en echarle a él toda la culpa.
Pintaron de gris el cielo y el suelo se fue abrigando con hojas, se fue vistiendo de otoño. La tarde que se adormece parece un niño que el viento mece con su balada en otoño.
Nunca le habían gustado las obligaciones, ni las prisas ni los pasos de cebra.
Odiaba que la parasen, que le impidiesen seguir, que todo a su alrededor fuesen complicados obstáculos, barreras que debía saltar y evitar con agilidad.
No entendía los motivos de los demás y cada mes de enero lo perdía todo derrepente. ¿Por qué todos cambiaban de vida y se hacían promesas estúpidas, que curiosamente jamás cumplían, aquella noche de tránsito entre el 31 y el 1?
Había 12 últimos días de mes al año y todos y cada uno de los seres humanos se habían puesto de acuerdo en elegir diciembre como aquel último mes antes de comenzar una "nueva vida".
Ella, pensaba, era más simple que todo eso. Le gustaba sacar la mano por la ventanilla y moverla lentamente, como navegando sobre el aire frío pero placentero de aquellas travesías estivales en coche. Leía libros de poemas que descubría entre viejos tomos de libros históricos, de esos llenos de batallas, de fechas y de generales que salieron victoriosos ante débiles pueblos indígenas. Su helado favorito era el de cereza, el de aquella heladería que tenía además, trocitos de fruta, y le gustaba escribir todos los puntos al final de todas las frases.
Cuando ella decía que el mundo le parecía un lugar infinito, lleno, naturalmente, de infinitos enigmas, solían contestarle extrañados, insistiendo una vez más, en lo increiblemente rara que era.
"No es nada malo", decían ellos.
A ella no le importaba, hacía ya mucho tiempo que había aprendido que no hay nada ni nadie extraño en el mundo y que el término "normal" es algo tan absurdo como todas aquellas promesas en la noche del 31
Ana, tampoco eras la única caótica.
Muchos se equivocaban, se perdían, confundían el camino.
Soñaban con más cosas de las que jamás existirían.
Creían que la vida era un don infinito y a menudo
inventaban acertijos de soluciones imposibles.
Se perdían en laberintos que ellos mismos imaginaban
y por séptimo cielo tenían el país de las hadas.
El caos que hiciste tuyo, tampoco lo era por completo.
Y en tu pensamiento seguías tirando del hilo.
Ese hilo que te guiaba, que te ayudaba a salir
de aquellos laberintos que tu cabeza construía.
Demasiados muros se agolparon a tu alrededor en
los momentos difíciles.
Y tú, tan débil como siempre habías sido, no lograste escapar.
Como ella, eres tan breve que ya has terminado.
Y para ti, hoy, es siempre toda la vida...
No podía hacer nada...
Todo era demasiado complicado y no encontraba ninguna solución a sus problemas...
Las prisas de la gran ciudad, los asuntos por finalizar, las visitas pendientes que posiblememente jamás se realizarían...
Sabía que todo lo que quería era demasiado para los demás.
Allí todos corrían sin parar, ni siquiera se disculpaban si tropezaban con alguien debido a la gran falta de espacio que existía en aquellas calles.
Él, en cambio, siempre lo hacía.
Nadie allí pensaba en los demás, en las personas que estaban a su alrededor y que parecían simples robots de una gran industria, conocida como 'sociedad de consumo' por los entendidos en el asunto.
Entre tanta locura nadie tenía jamás un momento de tranquilidad, nadie podía disfrutar de esos pequeños instantes que alegran nuestro día a día.
Ninguna de ellos escuchaba su música favorita allí, la única cancion que oían sin parar era la primera de las listas de éxitos, que les perseguía, al menos durante una semana entera, allá por donde pasasen.
El sonido de las gotas al dar contra el paraguas en los días de lluvia era una especie de mito allí, nadie lo había oído jamás, quizá, debido al incesante ruido del tráfico.
Un chocolate caliente en un día de lluvia resguardado en cualquier portal. Imposible.
No había un minuto que perder, si llovía, cogerían un taxi, pero nunca esperarían a que la lluvia cesase.
De pronto, nuestro personaje, recordó algo.
Una música que llevaba años escondida en su interior salió por fin, como intuyendo la confusión que vivía el hombre en aquellos difíciles momentos.
Comenzó a moverse ahora como obedeciendo aquel extraño impulso...
Subió al coche que en tantos años pocas veces había salido de la pequeña ciudad con otro motivo que no fuese una gran reunión de empresarios de todo el estado.
Recorrió kilómetros y kilómetros.
Pasó llanuras, montañas, desiertos e incluso diría que alguna selva...
Finalmente paró el coche al lado de un enorme campo de amapolas amarillas.
Era extraño, teniendo en cuenta que la mayoría de la gente cree que tan solo existen las amapolas rojas.
Bajó del coche y supo al momento lo que debía hacer entonces...
[...]
Y saltó, saltó y saltó.
Saltó tanto que al final... cayó
¿Y sabéis que hizo entonces?
Se levantó.
Primavera, verano, otoño e invierno.
Cuatro estaciones que convergen en un mismo momento, en un mismo lugar.
A veces no todo es perder o ganar.
Blanco o negro.
En cada uno de nosotros hay luz y oscuridad.
¿Te acuerdas Elena?
Hoy El lo dijo y a punto estuvimos de llorar...
Ay... es que somos unas blandas...
Y mientras tanto ahi fuera...
empiezan otra vez.
Primavera, verano, otoño e invierno.
Y otra vez los dias...
mas largos, mas cortos.
Y de nuevo la monotonía,
llena de cambios monotonos...
Y digan lo que digan
"todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar".
Y asi poquito a poco
y rodeados siempre de poesia...
se fueron pasando los dias...
los meses...
y una a una cayeron las estaciones...
como manzanas en primavera...
como rayos de sol en verano...
como hojas cansadas en otoño...
como copos de nieve en invierno...
Y aunque sean sucesivas convergen a veces.
En uno de esos momentos en los que ni la ciencia nos sirve.
En los que la naturaleza, aunque sea por una fraccion minima de tiempo,
no atiende a razones ni a ningun tipo de argumento que pueda señalar que,
a principios del siglo XXI, quizas hayamos encontrado la formula para dominarla.
Y en ocasiones nos da instantes antinaturales.
¿Nunca tuvisteis la sensacion de sentiros fuera del espacio, fuera del tiempo?
¿La sensacion de no estar en ningun lugar aun sabiendo que eso es imposible?
Algunas canciones son capaces de provocar esa sensacion. O una voz. O una palabra. O quizas un beso.
¿Quien sabe?...
El pianista invisible jamás se dejaba ver pero siempre estaba allí, sentado frente a su piano negro, en el gran salón. Ella buscaba los momentos más extraños para acercarse allí con cualquier excusa mínimamente convincente. Tan solo quería verle durante un instante, quería encontrar un segundo en el que, al encontrarse tan enfrascado en la intrepretación de alguna de aquellas obras maestras, pudiese contemplar su rostro o sus manos, sin dejar ninguna constancia de aquella intromision en el secreto del pianista. Quería observarlo, continuamente vigilaba el piano, como para poder asegurarse que las sospechas de todos aquellos meses no habían sido en vano.
A menudo lo imaginaba: era un hombre joven y elegante, y sus manos recorrían las teclas del piano con la agilidad del agua que busca su camino entre las rocas . Sus ojos lo veían todo sin fijarse realmente en nada. Las canciones que tocaba formaban parte de su subconsciente, sus dedos seguían el impulso de su mente sin parase a pensar siquiera en lo que estaban haciendo. Al tacto con las teclas comenzaba una cascada de notas, una melodía que a su fin desembocaba en una tristeza irremediable. Una tristeza fresca y pura, pero una tristeza, al fin. Ella se veía continuamente invadida por ese desaliento, el mismo sentimiento que nos invade cuando termina algo que realmente nos agrada.
El ponía música a cada momento de su vida. El alimentaba sus ilusiones. La alegraba cuando estaba triste y la invitaba a bailar cuando todo parecía en calma.
Si de algo estaba segura ella era de que, si su esencia todavía permanecía en aquella casa tras los años que habían pasado de su partida, era porque realmente le quedaba algo por terminar allí.
¡Quién podría saber de que se trataba aquello que mantenía al pianista invisible firme frente a su piano día y noche, algo tan fuerte que ni siqiera le permitía dejarse ver por ella? Ella, quien habia escuchado cada una de las canciones tantas veces como el las había tocado, ella que se desvelaba cuando sus intrerpretaciones no denotaban más que tristeza y melancolía, ella que, en lo más profundo de su ser había llegado a amar al joven del piano, que lo sentía tan vivo, que lo sentía tan cerca. A veces incluso creía adivinar su respiración entre las notas del piano y, en esos momentos, una enorme emoción la invadía, como dejando entrever que lo único para lo que vivía ella ahora, era para poder conocerle y poder desmentir las sospechas que la inquietaban noche y día, aquellas que le indicaban que la causa más probable de la tristeza del pianista era el amor no correspondido de alguna hermosa doncella.
[...a veces se convierte en algo insoportable... de verdad echo de menos el piano...supongo que no es tan fácil deshacerse de una parte de tu vida así como así...]
" Y el mundo finalmente se dividió en dos. Y la paz volvio a ser paz. Y las verdades volvieron a ser verdades. Y las nubes volvieron a cubrirlo todo. Todo. Ni un rayo de sol pudo colarse entre la masa gris que cubría el cielo. El mar dejó de ser azul. El gris lo envolvió todo. Los peces salían del agua como buscando su aire en el medio de aquel caos. Los humanos, en cambio, subían a puentes y barcos y se dejaban caer en el mar. Y ya no volvían. Y la locura y el cambio lo llenaron todo. En aquel rincón él se preguntaba cuando iba a parar aquéllo. Y por el momento no encontraba respuesta. Mirase a donde mirase tan solo conseguía adivinar siluetas que, como cada tarde en aquel puente, caían al mar. Sólo siluetas. Entre todo aquel gris el que conseguía ver algo debía sentirse afortunado.
Un día de tantos otros su destino se desvío. Los peces volvieron al mar. La paz volvió a ser la guerra. Las verdades volvieron a ser mentiras. Y los humanos volvieron a descansar en la tierra. Todo volvió a la normalidad, el caos en el que habían vivido terminó. Todo volvía a ser como antes había sido. Ni verdades, ni paz, ni cordura.
- Bienvenido al mundo real - pensó él.
Y sin ni siquierla pensarlo se tiró al mar. Parece que era el único cuerdo en un mundo de locos. "
Pedaleó. El viento le alborotaba el pelo. Los volantes de su vestido bailaban una danza misteriosa meciéndose al compás de sus movimientos. A su alrededor se abrían campos de amapolas. Pedaleó. Le pareció escuchar el sonido de un motor. Frenó su bicicleta a un lado de la carretera. A lo lejos vio aquel coche tan familiar. Escuchó el pitido de una bocina. Se acercó y paró junto a la muchacha. Vio cómo su tío bajaba del automóvil para darle la noticia., para explicar que sus descubrimientos eran ciertos y que, en efecto, aquel verano todo acabaría definitivamente para ella.
Dos horas antes, escapar del tiempo en su bicicleta le había parecido lo más sensato. Ahora descubría que de ese modo tan sólo lograría escapar de la noticia. Ésta cayó sobre ella con la fuerza y el aplomo de una manada de elefantes. La derrumbó. La abatió. Y fue esta noticia la que hizo que María pasase todo el verano encerrada en la alcoba, exceptuando sus breves escapadas al río en las calurosas tardes de agosto.

Vamos a jugar al escondite...
Escondámonos de la guerra, de la violencia, de la falsedad, de la hipocresía, de las mentiras que juegan a ser verdades, de los sueños que no se cumplen, de las tardes mirando por la ventana, de las ganas de escaparse, de la realidad que nos persigue...
Escondámonos. ¿ Escondámonos ?
Me dan miedo mis palabras. Me da miedo descubrir que no soy tan valiente como creía. Me da miedo que se vayan. Me da miedo irme. Me da miedo la doble dirección de las palabras*. Me da miedo crecer.
Y una vez más, me da miedo la realidad.
Pero de nuevo, al leer mis palabras, descubro que el miedo es tan solo un riesgo que debemos asumir si queremos seguir aferrándonos a la vida.
Creo que empiezo a asumirlo, la culpa ya no es sólo de las nubes.
Frente al ascensor... tu sentada en aquel peldaño...yo de pie y el apoyado en la pared...
tu mencionaste el silencio en aquella estupida cancion... [silencio.fa*silencio.mi]
llevamos mucho tiempo, aunque juntas, separadas... nuestra amistad se ha convertido en
el simple reflejo de un engaño...
y ahora me doi cuenta de algo...
te odio cuando piensas que lo que te sucede es la mayor catástrofe del mundo...
cuando no te das cuenta de que existen enfermedades, hambre y miseria...
te engañas sobre un engaño... el velo que cubre nuestro amor es como una herida que
no vemos...pero si sentimos...
y tengo la seguridad de que incluso despues de leer esto...seguiras pensando igual...
y no lograras entender que tus tonterías adolescentes no son mas que eso, tonterías.